En algún momento de la vida todos quisimos cambiar el mundo, y en ese momento reconocimos la importancia de educar bien a los niños, porque ellos son el futuro. ¿Y quién educa a los niños? Pues los adultos.
A los niños los
educamos un montón de adultos rotos, que creemos saber lo que los niños
necesitan, o mejor, lo que el mundo necesita que los niños sean. Adultos: mirémonos
al espejo un momento. Sí que hemos aprendido de los golpes que nos ha dado la
vida; sí que podemos hacerlo mejor que nuestros mayores (¿o no?). Pero también
hemos de reconocer que tenemos heridas abiertas, temas de los que no queremos
hablar, o de los que sí queremos, pero no sabemos cómo. Y peor, “certezas” de “cómo
deberían ser las cosas”, pero cero ideas de cómo hacerlo, cero planes de
intentarlo. Mil críticas y ninguna acción.
Ahí es donde yo
quiero cambiar el mundo pero reconozco la importancia de re-educarnos como
adultos. Y me incluyo. Aceptemos que ser adulto no es estar finalizado. Trabajemos
en remendar nuestras heridas; en aprender, aunque estemos viejos; en tratar de
ser el ejemplo de adulto que merecen nuestros niños, sin comparar groseramente
nuestra infancia y juventud perdidas con el mundo actual de los más jóvenes.
Adultos: seamos
Adultos. Debemos trabajar en nosotros. Por nosotros mismos, por nuestros niños
y jóvenes, por nuestro mundo.