Ene
Tenía nueve nudos anudados en mi cabeza, anidados en el entendimiento y en
el corazón. Necesitaba desanudarlos y sentirme desnuda y sin nudos,
nisiquiera en los nudillos. No me di cuenta ni de cuándo se enredaron ni se desenredaron. En fin, no más nudos ni tampoco tormentas de ideas. Y gracias a Dios, no eran "ideas tormentosas":
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