Empezaría siendo el amarillo de los días en que no pienso, de los
días en que solamente percibo, que cualquier sensación es placentera. Luego me
derretiría en lluvia, en azul oscuro, en azul mojado, en la conjoga y cielo
nublado cargado de agua, caería pesadamente sobre el césped, el color verde,
mancha de los dos primeros, melancolía de la ilusión empañada de tristeza.
Verde hierba aferrado a la tierra, verde que reverdece si es arrancado, verde
entre verde, rodeado de más verde, verde maleza, verde invasor, verde libre,
verde que se funde en sí mismo, de montañas, de juncos que cubren el cielo,
verde para siempre. Verde que está solo pero tan firme y tan abundante que se
hace compañía a sí mismo. Verde que no necesita al ser humano y sin embargo se
rinde. Verde triste, verde rendido, verde desahuciado, verde contradictorio
entre el símbolo de esperanza y su actitud de desesperanza. Verde que se filtra
por las grietas, que busca otra salida a ciegas. Verde que escondido crece.
Verde que no tiene miedo de ser visto. Verde cíclico, que es arrancado
nuevamente, desgarrado, pisoteado, que es convencido de que estorba, pero vuelve a extenderse, gana
otra batalla, otra grieta, se apodera de otro rincón abandonado y rompe las
murallas para crecer hasta el cielo. Cielo azul de conjoga y misterio, aclarado
por luz de lo que nisiquiera comprendemos o aún, imaginamos. Verde por siempre.
En esto creo sentirme identificada contigo aunque no lo creas.
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