jueves, 25 de marzo de 2010
sábado, 20 de marzo de 2010
De la noche en que Amelia decidió desaparecer
Amelia guardó silencio, mientras observaba con calma a la galena. A Amelia se le caían repetidamente los objetos de las manos y había sufrido un par de cortaduras en la cocina y una quemadura de segundo grado por la cual consultó. También había tenido contracciones musculares repetidas en los brazos, incluso cuando iba a dormir, reflejos exaltados y dificultad para hablar. Pero eso no era un gran problema.
Amelia era solitaria y un poco huraña. Su semblante altivo obedecía a una desesperanza aprendida, a una aceptación de la imposibilidad de todo, de la relatividad de cada cosa. Sólo una verdad existía para Amelia: el mundo marcha como debe, así no lo entendamos. Quedar encerrada en su cuerpo no era de ninguna manera desastroso. Podría estar siempre en silencio sin que la culparan de mal carácter, podría pensar sin que le preguntaran en qué, podría dejarse morir. O mejor aún, podría hacer lo que le viniera en gana ¿quién se atrevería a coartar los últimos deseos de una moribunda? - Todos estamos muriendo- pensó Amelia. Esa era la otra verdad de su vida.
Amelia no tenía sueños que romper. La ELA no constituía un drama, no era una mártir aferrandose a la supervivencia y luchando inutilmente contra la vida. Era casi una bendición conocer los límites de las posibilidades, una liberación de las presiones sociales, un reto para superar sus futuras discapacidades probando su recursividad, y era un privilegio pensar sin las miradas de los otros.
Creo que desde que nació, Amelia decidió desaparecer. Desde que era una niña soñaba transformarse en un personaje de cada libro que leía, vivir esa historia y así mismo tener un final. Luego, cada vez que estaba triste guardaba silencio absoluto, se tornaba inmóvil, casi catatónica y felíz. Su madre se enfurecía y la empujaba a hablar, así que sólo persistía la inexpresión de sus facciones, pronto rota también. No hizo nada cuando la sangre de su útero amenzaba con dejar escapar su vida. Desde muy joven ya no era fértil. No era fértil su útero ni su corazón.
Con la ELA no perdería el control de sus esfínteres, es decir, aún sería dueña de sus necesdiades fisiológicas más pudorosas y con eso le bastaba, aunque sabía que esto no ayudaría mucho en sus cuidados.
Amelia pensó en todo esto, aún sentada ante el rostro moreno de la hija de Esculapio que se sentía desfallecer de la impotencia y la condena de desauciar. Amelia pensó cuán diferentes eran sus mundos. Aquella Atenea veía brazos, hombros, cráneos, cientos de cuerpos humanos; en otras palabras, el clímax de la vida, del universo, la iluminación más grande que cualquier humano pudiera desear. Y sin embargo, Amelia estaba felíz de no tener que pensar en eso de nuevo. Recordó un cuento corto de un periodista español, Juan José Millás. Recordó que somos extraterrestres, todos los días lo revivimos, nos sentimos ajenos cuando cae la tarde, las 6 de la tarde, el cielo azul cruzado por una bonita beta rosa que parece nacer de los árboles y adopta un caprichoso trayecto.
Amelia salió e hizo lo que más le gustaba. Caminó hasta el campus donde trabajaba, lo recorrió, compró un brownie con helado que ese día estaba más delicioso que nunca y lo comió lentamente mientras observaba la bonita beta rosa desaparecer del cielo. Tres chicas le pidieron que les sacara una foto, les tomó varias, muchas, en realidad, porque no había nadie mejor que ella para tomar fotos, especialmente esas que deben quedar como recuerdos de una fecha importante, que en ese momento parece trivial. Entró a teatro. Caminó de nuevo y lentamente. Se acostó en el suelo, entre muchos jóvenes que esperaban el inicio de un concierto en el parque del barrio. Miró el cielo, sintió el viento, mandó muchos besos a cada una de las personas que amaba. Justo en ese momento iba a desaparecer, pero...ah...el amor. Ni Amelia puede resistirse al amor.
No te ilusiones. Amelia no cambió de idea, sólo la aplazó. Fue a casa y besó a todos, comió algo caliente, llamó a Juan Bautista y le dijo que lo amaba y lamentaba que estuvieran lejos. Se sintió en paz con ella misma cuando puso todo en órden: su colección de objetos patriotas y sus cuadernos de recortes, sus archivos del computador y los álbums de fotos. Lo organizó todo en su pequeño cuarto.
Sonrío de nuevo a cada uno de los que amaba y les hizo los buenos chistes de siempre. Volvió a salir, pero no fue al congestionado parque. Fue a su lugar favorito, una manga detrás del museo, donde podía quitarse los zapatos, ver las flores, árboles, el cielo, sentir el viento en el cuello y escuchar la suave música de los jóvenes artistas. Allí se acostó, concentrada en el murmullo de las hojas. Se sintió profundamente felíz y concentró su pensamiento en la estrella polar. ¿Por qué no se ve desde este valle? Sintió la parálisis de todo su cuerpo, recordó la Fábula del Mar en los Ojos, el amor y el desamor. En resumen, se acordó de Dios.
Era un momento difícil. Amelia se dió cuenta de que sí tenía esperanzas en su corazón. Morir no era fácil. Quizo concentrarse de nuevo en la estrella polar, y dejar que su cuerpo se despedazara y elevara desintegrando cada átomo de su cuerpo, de manera que ella, polvo estelar, dejara al partir una ausencia de recuerdo. Quería dejar el hermoso paisaje natural sin su imagen para integrarlo a su mente, así, no recordaría en la vida eterna cabezas, cientos de brazos ni bocas humanas.
Amelia lo intentó pero no pudo. No pudo morir. Consternada se levantó del suelo con las luciérnagas acusándola. Volvío a casa, volví a casa... y ahora, estoy terminando de escribirte esta historia, sobre esta noche, en la que decidí desaparecer...pero no pude.
Amelia.
jueves, 18 de marzo de 2010
domingo, 14 de marzo de 2010
The last Christmas
domingo, 7 de marzo de 2010
Sueño de barrilete
Sueño de barrilete
Letra y Música: Eladia Blazquez (en el video publicado no canta Eladia, no encontré ninguno)
Desde chico ya tenía en el mirar
esa loca fantasía de soñar,
fue mi sueño de purrete
ser igual que un barrilete
que elevándose entre nubes
con un viento de esperanza, sube y sube.
Y crecí en ese mundo de ilusión,
y escuché sólo a mi propio corazón,
mas la vida no es juguete
y el lirismo en un billete sin valor.
Yo quise ser un barrilete
buscando altura en mi soñar,
tratando de explicarme que la vida es algo más
que darlo todo por comida.
Y he sido igual que un barrilete,
al que un mal viento puso fin.
No sé si me falló la fe, la voluntad,
o acaso fue que me faltó piolín.
En amores sólo tuve decepción,
regalé por no vender mi corazón,
hice versos olvidando
que la vida sólo es prosa dolorida
que va ahogando lo mejor
y abriendo heridas, ¡ay!, la vida.
Hoy me aterra este cansancio sin final,
hice trizas mi sonrisa de cristal,
cuando miro un barrilete
me pregunto: ¿aquel purrete dónde está?
sábado, 6 de marzo de 2010
Reflection
My oil painting reflected on glass. Doesn't it look like a lake? I would like it weren't fake, and to be there, in that little place.
sábado, 20 de febrero de 2010
Fábula del mar en los ojos- Marco Tulio Aguilera G
Éste es el cuento más hermoso del mundo, para mí. Es un cuento que me leyó una vez un filósofo, cuando por casualidad me encontré estudiando cerca de donde él y su aprendiz estaban. Y hoy, cuatro años después, caigo en cuenta de que tal vez lo leyó porque vió en mí a la mujer de la historia. Y soy ella, pero aún no conozco a ese hombre extranjero hasta de sí mismo.
FÁBULA DEL MAR EN LOS OJOS
Un hombre que era extranjero hasta de sí mismo se enamoró de una mujer extraña. Y se lo dijo. Pero ella era una mujer extraña, muy solitaria, indiferente, con pájaros en la cabeza. Si me quieres —le dijo—, yo no sé si pueda quererte. —Y, ¿cómo podré convencerte de que me quieras? —preguntó el hombre. —Yo no conozco el mar —dijo la mujer—, no conozco el bosque ni la selva. Sueño con orquídeas desde que las oí mencionar. He vivido en mi casa desde que nací. No he ido más allá de los límites de mi jardín.
En los ojos de la mujer había algo semejante a una tristeza serena, a un aburrimiento domesticado, a una desesperanza ya vieja y sin solución. Y, sin embargo, como quien trata de pescar ballenas en el manantial del traspatio, se atrevió a pedir:
—Llévame a ver el mar.
—De acuerdo —dijo el hombre—. Toma tus cosas y vamos.
—Pero quiero ir a pie, desnuda y con una venda sobre los ojos.
—No verás el camino.
—Tú me guiarás.
—Pero entonces no podrás ver el bosque y las selvas, no conocerás las orquídeas. No gozarás al contemplar por primera vez el mar.
—Quizás sí pueda verlos y conocerlos a través de tus ojos.
—Y entonces, ¿me amarás?
—Antes de quitarme la venda me describirás el mar. Luego, cuando yo lo vea con mis propios ojos, sabré si puedo amarte o no.
Marco Tulio Aguilera Garramuño (1949) es Colombiano.
domingo, 7 de febrero de 2010
sábado, 6 de febrero de 2010
Pics from my window
Glass jail. A fake freedom: the zebra. I'm a coward.
Doesn't matter the direction, they're just passing by. People, people, people.
The complete sight without those glass' bars. More people, some, walking and laughing.
-
Where am I? Just watching. You know what's the worst? That is such a charming afternoon...nice place, nice weather. It's depressing.
jueves, 4 de febrero de 2010
Words on my arepa

This WC is not Water Closet, is WelCome! Hahaha.
Even better, WC¡ means...